La Cuaresma en Sevilla tal vez quede recluida en el imaginario de nuestros sentimientos, de la memoria. Es un sueño avivado por el ideal armónico, simbólico y abstracto mediante el cual la belleza se exhibe ante nuestros sentidos sin que podamos retenerla. Tan exacta y precisa, tiene el don de trasladarnos el perpetuo deseo de contemplar una ciudad perfecta, imbuida en la búsqueda compulsiva del éxtasis como director de un proceso histórico que clava sus raíces en los dobleces más abisales de nuestra religión y de nuestra cultura. Así ha sido a lo largo de los siglos de ritos repetidos, y así se sigue dibujando desde la soledad interior de los cientos de miles de corazones que esgrimen la liturgia cada año con la luz esperanzadora que conduce a la Resurrección del Señor y aspirando que refleje como aquella primera vez.
Y precisamente en ese tiempo donde la opresión del frío mengua y los dominios del silencio ceden paso a la algarabía propia de una ciudad que tiende, como es habitual, su mano al resplandor que antecede a la primavera, una tarde de marzo presentaba intenciones entre desafiantes oscuridades descendiendo desde las lomas del Aljarafe. Apenas unos minutos separaban de las cinco de la tarde, y frente a la longeva portada de piedra y arcos apuntados un par de parejas aguardan con la vista puesta en el cielo a que con puntualidad las dos hojas de metal, como aupadas por la corriente cálida interior, separasen su unión.
Con precisión milimétrica, un golpe seco de cerrojo avivó de luz la tarde. Al fondo Ella, la Virgen, rodeada por un séquito de fieles seguidores del testigo con el que Santa Teresa de Jesús difundió la devoción Carmelita durante el siglo XVI. Son más de una decena de escoltas, cuyos nervios horadan sus rostros. Celebran uno de los días principales de la que es su Virgen, y es por ello que no conciben mejor regalo que el permanecer junto a Ella, porque en estos tiempos en los que la fe es sustituida por lo accesorio con asiduidad, inmersos como vivimos en un ritmo frenético de vida que nos aleja en muchos casos del mensaje que Cristo nos traslada y que pasa indivisiblemente por la Iglesia, aún existen jóvenes con vocación por su hermandad que asumen toda la responsabilidad que ello supone.
Ya en la cercanía se hacía fácil adivinar la felicidad que desprendía el ambiente. Si se dice que la Semana Santa, la personal, se nutre de vivencias exclusivamente propias a las que no alcanza ninguna fotografía ni acierta a describir ningún verso, los múltiples vértices que conforman la Cuaresma no lo son menos. Así el testimonio más certero de la exposición de fe lo expresaba admirablemente la juventud que se dio cita aquella tarde de marzo bajo las naves de Omnium Sanctorum, como si la transmisión de emociones no entendiera de edades ni de circunstancias personales la fidelidad y el cariño de sus miradas regalaba a los allí presentes una catequesis en voz alta. No hay duda que en Sevilla la devoción a la Virgen del Carmen está a buen recaudo.
José Antonio Martín Pereira
@elmunidor
Diario de Sevilla, Grupo Joly
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